El Bien Que Olvidamos
El pueblo de Israel había llegado al desierto de Parán cuando Dios le habló a Moisés y le dijo que enviara a doce espías a reconocer la tierra de Canaán. Cuando los hombres volvieron y contaron lo que habían visto la gente quedó maravillada porque mencionaron que era un pueblo de gigantes. Bastó la descripción de sus habitantes para que el pueblo de Israel se desanimara, empezara a llorar a gritos y a protestar contra Moisés y Aarón e incluso comenzaron a pensar que habría sido mejor morir en Egipto. Este mismo pueblo que ahora murmuraba contra Dios y que proponía elegir un nuevo líder había sido testigo de las 10 plagas que Dios envió para que pudieran salir del cautiverio, de cómo el mar Rojo se abrió en dos, tenían una nube que los acompañaba de día y una columna de fuego por la noche que los guiaba y hasta habían sido alimentados milagrosamente con codornices y maná y ni el agua tampoco les había faltado en medio del desierto.
Pero por alguna razón, en ese momento confiaron más en lo que sus ojos vieron que en lo que habían experimentado en toda la travesía desde la salida de Egipto.
Tal vez sea algo en nuestra naturaleza que hace que las circunstancias actuales puedan más que nuestra fe y experiencia previa.
Muchas veces hemos sido testigos de sanidades, provisiones divinas, vidas cambiadas, familias restauradas, circunstancias adversas que terminan a favor nuestro y aún así, cuando enfrentamos un problema sólo podemos ver eso: el problema.
Dios no condujo al pueblo de Israel hasta Canaán ignorando que existían gigantes, Él sabía perfectamente de su existencia pero les había prometido esa tierra y se las daría, ahora todo estaba en manos del pueblo y en la fe que tuvieran en Dios.
Sólo Caleb y Josué creyeron que podían conquistar esa tierra, que si Dios iba con ellos, los gigantes y las ciudades fortificadas no serían problema alguno y gracias a su fe es que entraron en la tierra Prometida.
¿Qué te ha prometido Dios? ¿Hay gigantes? Bueno, no esperes más y ve a conquistar aquello que es tuyo. Recuerda la hermosa promesa que Dios le hizo a Josué y que también es para ti:
Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé Josué 1:5
Sólo esfuérzate y sé valiente, los resultados le pertenecen al Señor y todo obra a bien para los que le aman y en Él confían.
Si vas a mirar atrás, que sea solamente para recordar las maravillas que Dios ha hecho en tu vida y agradecerle por su amor y misericordia. Que los milagros de ayer no sean sólo historias ni simples episodios, sino que puedan refrescar nuestra memoria y animarnos a confiar cada día más en Dios.
Es bueno detenernos y pensar en el bien que Dios hizo a nuestro favor y darle gracias por ese bien que muchas veces olvidamos.
Fuente: Cvc la Voz
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